miércoles, mayo 31, 2017

Rafael Azcuy González.: A VECES MIRO MI VIDA.

 A VECES MIRO MI VIDA.
Por Rafael Azcuy González.
30 de mayo de 2017

A veces miro mi vida y me pregunto:
¿Qué soy?
¿Qué pude ser?,
¿Cuál fue el sentido de mi vida?

Gran parte de mi generación de los años 40 e inicios de los 50 del pasado siglo en Cuba pasamos a la fuerza a formar parte de una generación perdida, frustrada, malograda. Arrastrados y náufragos de la gran zozobra que significó vivir bajo las dictaduras batistiana y la atroz de los Castros. Solo tuvimos dos caminos los que teníamos de nueve a once años de edad: integrarse a la revolución castrista o marcharse del país.

   Los que llegamos a sobrevivir__ después de tantas carencias, prisiones, penas de muerte, misiones internacionalistas, éxodos masivos, servicio militar obligatorio, movilizaciones militares y agrícolas, UMAP, divisiones de familias, en fin ese desastre telúrico y social llamado revolución que devastó con odio y rabia nuestro floreciente país, aunque con defectos como todo lo humano__ traemos nuestras taras psíquicas y físicas como también las tuvieron los niños que solos  debieron dejar a  sus padres en Cuba para encontrar la necesaria libertad aquí en los Estados Unidos.

   Nuestra Patria fue entregada como nunca en su historia a una potencia extranjera luego de ser libres de España y de Inglaterra. Los llamados revolucionarios traicionaron los más puros ideales martianos de la república cordial para abrazar una ideología fracasada y extraña que solo garantizó el desastre total y  poder ejercer el poder vitalicio sin elecciones, democracia y libertad.

   Se perdió la unidad entre familias al fomentar el odio de clases, el ateísmo y el rencor entre los integrados o no al denominado proceso revolucionario. Fue prohibido relacionarse con todo el que abandonaba definitivamente el país. Arrasaron con lo mejor de nuestras tradiciones y costumbres. Prohibieron actuar y escucharse a muchos de nuestros buenos músicos, artistas y cantantes que decidieron abandonar este caos y escoger el incierto destierro. De un país que tuvo que prohibir la llegada de emigrantes nos convertimos en un país de emigrantes. La Patria se llenó de unidades militares, la mayoría bajo el mando de los rusos y los gastos militares en tropas y armamento no tienen comparación ni con naciones mucho más grandes y de fuerte economía. La defensa y la seguridad del estado fueron la máxima prioridad del estado socialista.

   La clase media desapareció y todo fue a parar a las manos del estado como dueño absoluto de todos los bienes. Se cubrió el país de centenares de nuevas prisiones y de granjas cárceles donde muchos compatriotas perdieron su libertad y hasta la vida por los tratos infrahumanos y degradantes, la mala alimentación y la inexistente atención médica. Nuestra fértil y productiva isla dejó de producir alimentos, hasta las frutas se extinguieron como especies raras. Todo fue necesario importarlo y en la que fuera la Azucarera del Mundo y la principal productora de café mundial en su época se racionaron ambos productos que hoy   no alcanzan desde hace veintenas de años para el consumo familiar de los cubanos.

   El costo en vidas de este régimen ha superado miles de veces las otras dos tiranías opresoras (Machado y Batista). Solo contando las víctimas de las llamadas misiones internacionalistas en África superan enormemente las dos mencionadas dictaduras en conjunto. Al añadir a los desaparecidos en el mar a bordo de frágiles embarcaciones y balsas y a los que fueron ametrallados y hundidos en el mar en ferrocementos, remolcadores, lanchas, avionetas civiles, la cifra se eleva considerablemente.

   Contemos ahora los miles de fusilados fueran o no colaboradores batistianos de los primeros años del triunfo de enero de 1959, luego a los conspiradores, alzados e infiltrados, los caídos de ambos bandos contendientes en la guerra civil que se extendió casi por siete años en el Escambray y por casi todo el resto del país, así como las bajas mortales de ambos frentes en Playa Girón. Tampoco podemos excluir la cantidad de suicidados por ser el país uno de los que tienen el más alto índice mundial  así como los muertos por falta de medicamentos y de atención médica de calidad y por desnutrición, polineuropatías acrecentadas en el llamado período especial, así como a los miles de fallecidos en accidentes de tránsito al verse obligados a trasladarse en equipos con sobrecarga de pasajeros y en mal estado técnico al igual que las miles de víctimas que ocasionó la introducción masiva de bicicletas por parte de Fidel Castro sin haber vías apropiadas para los ciclos ni exigirle ningún conocimiento a los ciclistas que inundaron las calles.

   No seríamos justos si olvidamos en este recuento a los cientos de miles de muertos, heridos y mutilados que trajeron como saldo los conflictos regionales y por los cinco continentes en los que Cuba intervino directamente o dio su apoyo, asesoramiento y financiamiento. Nunca olvidaremos el gesto viril del joven presidente salvadoreño Francisco Flores, en la X Cumbre Iberoamericana de Panamá, cuando acusó frente a frente a un Castro timorato y nervioso de estar manchado con la sangre del pueblo de El Salvador. Todavía en el día de hoy sobreviven el grave conflicto colombiano y la tragedia de Venezuela como consecuencias de la política intervencionista e imperialista los hermanos Castros y sus acólitos.

   Es inmedible la paciencia que los gobernantes norteamericanos han tenido con la única dictadura que sobrevive durante casi 60 años a solo 90 millas de sus playas. ¿Cuántos problemas le han creado los hermanos de Biran a lo largo de tantas administraciones norteamericanas alrededor del mundo? La desestabilización de gobiernos democráticos, la creación de movimientos guerrilleros por todo el mundo, el apoyo incondicional al terrorismo y a dictaduras enemigas de Estados Unidos como la siria y la norcoreana, el tráfico de estupefacientes como política de estado y sus fuertes vínculos con Noriega y Escobar, los éxodos masivos de cubanos fomentados por los Castros tras crisis políticas y económicas en la Isla con su consecuente desestabilización para el vecino país  y los elevados gastos de vigilancia de las costas hasta el Magnicidio de Dallas del que cada día quedan menos dudas  que fue Castro el causante de la muerte del presidente Kennedy.

   Los que permanecimos en Cuba, los que no nos fuimos y tratamos de vivir con dignidad sin colaborar con el régimen ni ser chivatos solo tuvimos el miserable salario de un dinero que no valía en ninguna parte del mundo. La vida austera y frugal fue el día a día, año tras año, siempre lo mismo, ningún cambio, ninguna mejoría. Nunca pudimos pensar en ahorrar para la vejez: todo se iba, nada alcanzaba. Ni soñar con viajar ni por la misma Cuba. Un auto era un sueño imposible en una noche de verano.

   El tiempo pasó y solo nos dejó la traumática experiencia de haber vivido en una dictadura sin libertad tantos años, comidos de carencias y llenos de sueños imposibles; pero a mí  el Gran Dios Todopoderoso me ha dado un gran consuelo: no tengo donde caerme muerto como decimos en buen cubano, pero atesoro una fortuna incalculable en bienes intangibles que muchos cubanos exitosos aquí en los Estados Unidos no podrán nunca tener, pues no disfrutaron de su niñez y juventud en Cuba a pesar de los pesares, de tantas prohibiciones, de tantas carencias materiales  y espirituales: No al pelo largo, No a los pantalones estrechos, No a la música extranjera ni de los traidores, No a la religión, No a la literatura burguesa; pero así y todo tratamos de vivir nuestra niñez y juventud lo mejor posible, pues esa es la edad más linda de la vida, en la que no hay preocupaciones, en la que poco tememos, en la que vivimos el día  a día. Tuve una infancia feliz. Lo confieso a pesar de que mi casa fue allanada en varias ocasiones por el ejército y la guardia rural batistiana y mi padre fue preso por oponerse al régimen. Teníamos buena posición económica y vivíamos en el campo allá en la querida Pinar del Río:  el campo, donde deberían criarse todos los niños.

   Nos mojábamos cuando llovía, pescábamos en los ríos, montábamos a caballo, oíamos música con los radios, nos deleitábamos con los dulcísimos mangos en las sombreadas orillas de los arroyos. Veíamos las peleas de los valientes gallos en la cercana valla donde te jugabas una peseta al tuyo. Disfrutábamos los ciclones y mirar las crecidas de los ríos. Vivíamos siempre atiborrándonos de golosinas y chucherías pues con unas cuantas botellas vacías el bodeguero Daniel nos daba menudo para comprar dulces y refrescos. Siempre había carne y viandas en la mesa. Las familias eran muy numerosas y todas criaban a sus hijos porque la vega y el país producían comida. Jugábamos pelota con toscos bates hechos por nosotros y de noche en la vieja bodega el “toca el palo”.

   No había crímenes, apenas ladrones. Sin dudas fue una infancia feliz. La juventud fue mucho más difícil. Cuando teníamos la suerte de coger un plan vacacional para la playa era lo máximo: las cálidas aguas cubanas y si tenías un poco de suerte y había podías comprar una caja de cerveza al día y con unas coqueticas salvabas entonces la semana. Si podías llevar también a tú novia era la semana perfecta.

   El cielo de la Patria tan azul, los miles de olores del campo: sus flores, sus frutas maduras con su aroma peculiar, la tierra blanda con la lluvia, el aire de tormenta, el jazmín con su fragancia nocturna. El canto de los sinsontes, los gallos madrugadores, los gritos del campesino insultando a sus bueyes… ¡Cuántos recuerdos valiosos! ¡Que tesoro más grande tenemos los que pudimos disfrutar la Patria querida cuando nacimos y crecimos mirando sus montañas, sus valles y sus playas y el ondear majestuoso de sus palmas movidas por la brisa del atardecer! . ¡Cuando íbamos a la escuelita rural con el busto sagrado de Martí y la bandera tricolor de la Patria!.