jueves, mayo 31, 2007

EL ABANDONO COMO TIRO DE GRACIA

El abandono como tiro de gracia


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Casi ciego y con múltiples padecimientos, Pedro Argüelles Morán soporta la indiferencia de las autoridades carcelarias.
jueves 31 de mayo de 2007 6:00:00
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Por Raúl Rivero, Madrid

Cuando Pedro Argüelles Morán sale de su celda y se asoma al pasillo, debía ver una garita redonda con un guardia armado. Un patio vacío y tres cercas enormes. Pero no ve nada. O ve una nube gris que va en cámara lenta hacia otras nubes más oscuras. Pedro Argüelles Morán no puede ver nada más que esa neblina porque está casi ciego.

A esa otra cárcel —la noción de estar encerrado, sin horizonte y sólo dentro de uno mismo— lo ha llevado la condena que cumple en Canaleta, en Ciego de Ávila. Ahí está, a unos kilómetros de donde nació. A muy poca distancia del central azucarero en el que su padre trabajaba como dentista, mientras Pedro se escapaba de la escuela en una bicicleta azul para ir a bañarse, con otros niños, al agua de cristal del río Naranjo.

Ahora, en sus 60 años, le quedan 16 en la celda de hierro y hormigón, sólida, segura, a un suspiro de la casa en la ciudad. Una caja grande sin proporciones, en un pobre equilibrio, ladeada, temblorosa como un flan de vainilla, sobre sus tres columnas de palillos de dientes, su tejado de caries carmelitas y la fachada, unos tablones entreverados por el verdor siniestro de la humedad.

Allí vive Yolanda Vera Narey, su esposa, una mujer que escribe, reza y trabaja todos los días para que Argüelles salga vivo y con luz en los ojos de la segunda prisión de su vida de activista de la democracia.

El hombre comenzó en 1991 a representar en el territorio avileño, en la antigua Camagüey, al Comité de Derechos Humanos que fundó en La Habana el líder opositor Gustavo Arcos Bergnes. Argüelles recibió su primera condena en 1995. Fue nueve meses a la misma cárcel donde lo tienen ahora.

Poco después pasó a trabajar a la agencia Patria, la primera de periodismo independiente que surgió fuera de la capital cubana. Desde los años finales de la década de los noventa hasta la mañana de su arresto el 18 de marzo de 2003, desarrolló una labor destacada como corresponsal y comentarista político en diversos medios profesionales.

Salió de su primera condena y, a la semana, ya estaba otra vez en el trabajo. Pero esta mansión de cuatro años, en las condiciones extremas de los calabozos, la falta de atención médica y la utilización por los carceleros del hambre y la indiferencia como métodos de tortura, han dejado en un estado crítico a Pedro Argüelles.

El periodista no sólo deambula por los pasillos y entre las rejas con las manos extendidas y con torpeza, sino que le atormenta desde hace pocas semanas una hiperplasia prostática, detectada mediante un simple ultrasonido.

Argüelles, que se niega a usar el uniforme de los prisioneros y se rebela ante el reglamento aberrante del régimen, ha pasado temporadas en las celdas de castigo y tiene gravemente afectadas las articulaciones de las rodillas y las caderas. En momentos de crisis, apenas puede caminar o mantenerse en pie.

La ceguera que avanza cada día se debe a unas cataratas que comenzó a padecer antes de que llegara a Cuba la Primavera Negra y él fuera a parar a Canaleta por escribir en libertad en su país.

Los disparos finales, los tiros de gracia a quienes sufren en las prisiones, tienen cañones múltiples y enmascarados. Uno de ellos puede ser el abandono, la indiferencia, cambiar de luces y bajar la mirada.

Fijar la atención en las endechas políticas que emite Fidel Castro o algún Corín Tellado del panfleto (Corán Tullido, decía Cabrera Infante); desvelarse por la alta política rasante del patio y detenerse a pensar otra vez en las mentiras que de pronto le ponen celofán, es dejar en el fondo de las celdas a un hombre como Argüelles. Y a tres centenares de demócratas, acosados por las epidemias y el olvido en esa procesión de calabozos sucios que comienza en San Antonio y termina en Maisí.