miércoles, agosto 30, 2006

LA CASA DE LEÓNIDES

La casa de Leónides



Por Juan González Febles



Para evitar que su hijo querido cruzara el mar en una balsa, Leónides entregó su casa en Guanabo al gobierno. Fue una transacción típica de gangsters. No queda constancia legal de lo que se hizo o por qué. Sólo así, el hijo recibió el permiso de salida del país y Leónides respiró tranquilo.

El hijo de Leónides vive tranquilo y en libertad en los Estados Unidos. No puedo asegurar que haya bailado y celebrado la eventual desaparición de Fidel Castro, o que no lo haya hecho. Dicen que desde allá se ocupa solícitamente de su padre. Conozco y hago el relato de la parte de esta historia que escuché en Lawton.


Las leyes vigentes en Cuba son crueles, inhumanas y degradantes, pero por encima de todo, son simplemente injustas. No son leyes concebidas por legislador alguno en contacto con la base, con algún elector, o con el bien común. Se dictan por la necesidad de un estado bandido y de su élite de poder omnímodo.

Creo que fue el Dios de Bronce de la literatura norteamericana, Ernest Hemingway, quien escribió: "La muerte es el final común de toda historia llevada demasiado lejos". Me parece que Hemingway estaba en lo cierto y que verdaderamente alguna muerte será el final común de la historia parcial de Leónides, su hijo y la casa veraniega de Guanabo.



También lo será para otras muchas historias inconclusas con un denominador común de rapiña e injusticia. Casas, mujeres hermosas, automóviles, viajes, obras de arte, etc., cada uno de estos u otros bienes materiales han dado inicio en Cuba a historias inconclusas de pérdidas y despojo como la de Leónides.

Después de entregar su casa de Guanabo, Leónides luchó por la supervivencia como pudo. Trabajó como campañista en la lucha contra mosquitos y vectores. Lo hizo hasta que el espolón calcáneo que padece se lo permitió. Hoy vende cosas y sobrevive en Lawton. Pero este hombre bueno que ama el mar, sufre cada día por su casa perdida de Guanabo, aunque no se arrepiente de su decisión de aquel momento. Cuando se trata de un hijo, no hay sacrificio grande.

Conozco el caso del infeliz propietario de un automóvil único en La Habana. Bueno, no tan único. Un militarote tenía otro igual y aspiraba a que el suyo fuera el único automóvil de ese tipo circulando por la ciudad. Lo consiguió en el mismo estilo de la casa de Leónides. Lo adquirió y lo convirtió en chatarra. Tuvo el placer de que su auto fuera el único de su tipo en La Habana.

También el caso de un actor emigrado. El galán conquistó a la querida del finado ex ministro del Interior José Abrantes Fernández. El actor emigró, luego de pagar con creces su osado romance: "Santos Luzardo tiene que ser mío", parece ser la moraleja de esta historia.

No sé si el actor, el hijo de Leónides o el propietario del auto estaban entre los danzantes de Miami que celebraban la muerte de Fidel Castro. Aquí en La Habana fue verdaderamente difícil encontrar un destello de alegría o de dolor en las miradas de tantos rostros hieráticos que observé y escruté con curiosidad profesional y no malsana.

En La Habana, los ojos brillaban enfebrecidos. Pero no era alegría. Se trataba de su hija predilecta, el fruto de sus amores difíciles con el dolor de cada día. En los ojos que veo, brilla la esperanza. Maltrecha y silenciada, pero viva y creciendo, más grande y más cerca cada día.

Fuente: CubaNet

Miércoles, 30 de Agosto del 2006