lunes, julio 31, 2006

EL ENTERRADOR DE HÉROES

EL ENTERRADOR DE HÉROES



Por Jorge Hernández Fonseca

www.cubalibredigital.com

30 de Julio de 2006

Un artículo prepotente y enano recorre el panorama cubano del exilio. Se trata nada menos que de “Enterrar a Martí”, de Alejandro Armengol. La revolución castrista ha sido fuente de muchos desaciertos, pero ninguno como la terrible degradación ética y moral que lega a la patria del futuro. El artículo de Armengol es una de sus manifestaciones, directo al corazón de la Nación cubana, herida por años de ataques semejantes a los valores simbólicos de la patria.

Martí ha sido objeto de estudio especializado desde hace más de un siglo. Sucesivas generaciones de valiosos intelectuales cubanos –la mayoría de ellos de mayor talento que el de Armengol-- han profundizado en la fecunda obra de Martí. Estudiosos cubanos de izquierda y de derecha han sido unánimes en fundamentar el pedestal que soporta la obra martiana.

Los variados campos que la obra del Apóstol no se limitan a la poesía o la literatura, de las que Armengol habla, si no también abarcan el área política, simbólica, organizativa, ideológica, periodística, diplomática y un largo etcétera, que ha fundamentado el pedestal merecido en que los cubanos lo colocamos y del que Armengol pugna no sólo por bajar, sino por enterrar.

Martí es llamado unánimemente de Apóstol porque fue el único cubano capaz, en el siglo XIX --y en circunstancias muy similares a que Armengol vive actualmente-- de unificar el exilio disperso, direccionándolo hacia la ‘guerra necesaria’ contra el colonialismo. Ese mérito, no emulado hasta hoy por cubano alguno, es suficiente para no enterrar a Martí.

La ideología neo-fidelista y materialista de eliminar los valores espirituales que Armengol abraza, lo lleva a proponer semejante barbaridad. Martí lógicamente que era un hombre de carne y hueso. Estudios especializados en áreas específicas pudieran sin dudas arrojar valoraciones poco halagüeñas de zonas puntuales de su obra, lo que de manera ninguna significarían su entierro, sino más bien, reafirmarían su carácter abarcador e integral.

Sin embargo, la crítica de Armengol, aunque ejemplificada superficialmente, no desmerece al Apóstol en áreas específicas con argumentos incontestables o con estudios irrefutables, como haría un crítico especializado que se respete, si no que más bien critica su imagen integral, de carácter netamente simbólico, y como Castro en tribuna, sugiere ‘genialmente’ enterrarlo.

Subliminarmente, Martí comenzó a ser enterrado por la dictadura cubana. La propuesta de Armengol es una manifestación de eso, consiente o inconscientemente. Solamente un dictador envilecido, ambicioso de gloria y poder, pudo generar la fuerza ideológica que ha hecho metástasis en mentes como la de Armengol, para sugerir --con todas sus letras-- su entierro.

Sin embargo, cada cual es dueño de su intelecto y la polémica que el artículo de Armengol provoca, no necesariamente implica desmeritar al proponente por el único hecho de estar, como diría todo buen cubano, “absolutamente equivocado”.

Martí, más que poeta, escritor, político u organizador, es sobre todo un símbolo. Creo importante decir que vivimos en un mundo simbólico, donde las imágenes do todo tipo, literarias, gráficas, poéticas, políticas, son el sustento de la ideología. La semiótica, ciencia reciente que estudia los íconos, signos y símbolos del mundo real, arroja luz para el papel de hombres como José Martí en la formación equilibrada de valores espirituales en las Naciones.

Enterrar a Martí implica --sobre todo-- eliminar del rico mundo semiótico cubano, el factor espiritual implícito en los aspectos simbólicos que los educadores toman de base para transmitir valores a las nuevas generaciones, asociadas al amor a la patria, a sus signos y símbolos, de los que Martí fue profuso creador, tanto con su ejemplo de vida, como en su prosa y acciones.

No se trata de dejar de profundizar imparcialmente en los valores especializados de las obras del Apóstol, o en sus manifestaciones individuales, valorándolas de manera especializada y dejando sentados sus valores reales. Nada en contra. Se trata de evitar sin embargo que, oportunistas de la pluma, asociados directa o indirectamente a la ideología de la dictadura cubana, desmeriten a Martí en el campo en que la patria lo necesita, los valores simbólicos asociados a las mejores cualidades ciudadanas, éticas y morales de nuestra querida Cuba.

La Nación cubana no es la tierra que el dictador pisa con sus ensangrentadas botas. Es sobre todo, el cúmulo de valores morales, éticos y espirituales que sus próceres legaron a la patria de manera profusa. La palma real no es sólo un árbol que ha hecho de Cuba su hábitat natural, es también el símbolo que nos identifica e asocia a la inigualable naturaleza que Dios nos legó. De igual manera, la bandera no es sólo telas de colores cocidas de una manera específica, es sobre todo el símbolo concreto del valor espiritual y trascendente de la Nación cubana.

Martí, en este contexto, no es sólo el escritor profuso, barroco y mágico que todos los que lo hemos leído conocemos. Tampoco es sólo el poeta que modestamente califica sus versos simples como ‘sencillos’, lo que le otorga el beneficio de la duda en cuanto a sus pretensiones con ellos. Martí no es sólo el patriota que se dispone, sin ser uno de los líderes de la guerra de los 10 años, a unificar las férreas voluntades de ‘generales y doctores’ de la Guerra Grande, hasta concretar y hacer posible la guerra que finalmente nos dio la libertad y la independencia.

Martí es aquella sensibilidad del alma cubana hacia el sentido ético y moral en el manejo personal, social, político e ideológico, que no podrá jamás ser enterrado, por muchos que sean los esfuerzos que la dictadura – y Armengol-- hagan para desaparecerlo del mundo semiótico de la Nación cubana. Por cada Armengol que surja en el panorama de desconsuelo que la dictadura siembra en nuestros corazones, surgirán hombres comprometidos con los valores trascendentes defendidos, sembrados y expuestos de manera brillante y genial por Martí.

Si vale la pena enterrar a alguien a partir de un debate como este, es al dictador que nos oprime e induce a mentes débiles al desprestigio de nuestros mejores hombres, dejando sin embargo a quienes se atreven a cruzar la línea de los valores que debemos inculcar con pasión a las futuras generaciones de cubanos, como un ejemplo de lo que no debe de ser hecho.